La turmalina es un mineral de la clase VIII (silicatos), según la clasificación de Strunz, grupo de los ciclosilicatos.
Desde hace más de 2300 años esta piedra ya llamó la atención del filósofo Teofrasto a la que llamaba «lyngurion», probablemente una turmalina, y que tenía la propiedad de atraer la paja, la ceniza o pequeños pedazos de madera cuando era calentada, poniendo de manifiesto sus cualidades piroeléctricas. Por esta misma propiedad fue llamada por los holandeses del siglo XVIII «asshentrekker» o «tira-ceniza».
El hecho de que se parezca mucho a diversas piedras preciosas hizo que apareciese en diversas joyas como las de la corona rusa del siglo XVI aparentando ser rubíes. Es más, se considera que gran parte de los «considerados» rubíes procedentes de Sudamérica durante la colonización portuguesa podrían ser en realidad turmalinas.
Desde grupos de creencia esotérica y pseudocientífica se cree lo siguiente:
Se relaciona a las turmalinas con una mejora de la autocomprensión y un aumento de la autoconfianza y energía psíquica y la concentración. Además, se cree que tienen el poder de neutralizar la energía negativa, alejar llanto y desdicha.
Debido a la carencia de una base científica verificable, este tipo de terapia se considera una pseudociencia. No hay una revisión por pares científica que demuestre que la Cristaloterapia tenga algún efecto más allá del efecto placebo.
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